La lectura siempre ha formado parte de mi vida.
De pequeña me encantaba que mi madre me leyera cuentos, esas historias que me transportaban a otros mundos.
En cuanto aprendí a leer, los libros estuvieron a mi lado, iban e irán siempre conmigo.
Desde aquellos cuentos de Ferrándiz, no me olvidaré nunca de La castañera, con su espumadera de plástico, hasta las obras más antiguas, difíciles y con frecuencia, sorprendentes, hicieron que la lectura se convirtiera en un hábito cotidiano como comer o dormir.
Mi permanente intención de dar un repaso a la historia tanto, universal, como española, de la literatura, me han brindado momentos tan agradables como inesperados.
El Poema de Gilgamesh, la obra épica más antigua conocida, las jarchas, las aventuras de La lozana andaluza, novela de Francisco Delicado del siglo XVI, y los poemas de Antonio Gamoneda han sido algunos de los felices descubrimientos de esos propósitos.
También la literatura de evasión forma parte importante de mi biblioteca. Las novelas de misterio, históricas, incluso las románticas sirven para una tarde cansada y aburrida.
Y de vez en cuando vuelvo a la literatura infantil, con la que me inicié en este fantástico mundo. Me leí de un tirón Harry Potter y la piedra filosofal, me faltan pocos libros por leer de Enid Blyton, me encantan las obras de El Barco de Vapor.
No concibo un mundo sin momentos de lectura.