
¿Banalidades o prioridades?
Es esta una reflexión sobre lo que la sociedad considera banalidades, más bien, lo que los distintos grupos sociales consideran banalidades.
Lo trivial puede ser prescindible. Para determinadas personas. La situación que nos ha tocado vivir ha mostrado como podemos pasarnos sin determinadas prácticas sociales, a menudo, sin notar su ausencia. Pero no todos.
Lo que para unos es una banalidad para otro es totalmente imprescindible.
Aunque haya situaciones que no comprenda. No entiendo que se de prioridad al ocio frente a la educación, la alimentación, la salud o el bienestar social.
Parece que lo prioritario es divertirse de una determinada forma, es decir aglomerarse, a veces en locales asfixiantes, ponerse hasta las cejas de alcohol, y gritar hasta quedarse sin garganta y sordos como una tapia. Por supuesto, las vacaciones, principalmente en una playa abarrotada, son totalmente imprescindibles para algunos, una necesidad mayor que la salud o la educación, y tengo ejemplos que lo demuestran.
A mi esto me parece una tortura, totalmente banal, trivial y claramente prescindible. Pero supongo que esta opinión está muy mal vista.
Mi idea del ocio es totalmente opuesta. Una charla tranquila, una lectura entretenido, incluso banal, un paseo agradable, un espectáculo interesante. Desde luego, no estar encerrados en un local como borregos o tumbados al sol, achicharrándose, sin poder mover ni un dedo.
Luego existe otro tipo de banalidad.
La del tipo que te mira por encima del hombro por que considera que tus acciones son totalmente banales.
Recuerdo en una clase de la universidad, una profesora preguntó cuantos habíamos visto la noche anterior un episodio de «Dallas», (eran los años 80 del siglo pasado), levantamos la mano apenas tres o cuatro alumnos de los más de cien que poblábamos aquellas aulas. Yo fui una de ellas, me imagino que éramos más, pero consideraron que ver esa serie era una trivialidad, y en la universidad, en aquella época tan trascendental de la historia, ese pasatiempo no estaba bien considerado. No era progre ni intelectual.
La segunda parte de la misma historia, cuando la profesora preguntó quien había leído La peste de Albert Camus, solo hubo una mano, la mía. (No quiero presumir, solo es un ejemplo). Para horror mío, y espanto para el resto de la clase, tuve que explicar la obra sin mayores conocimientos ni preparación del tema.
Esta anécdota viene a ilustrar la banalidad. Una persona no puede ser calificada de banal, trivial o superficial por algunos de sus actos. La vida ya nos depara momentos sumamente difíciles para que nos empeñemos en complicárnosla en nuestros ratos de ocio.
Podemos poner a funcionar nuestra mente con lecturas, pensamientos, razonamientos trascendentales, pero el que también leamos obras entretenidas, nos dediquemos a pasar ratos a la sombra tumbados en la hamaca, (lo de la playa al sol durante horas lo descarto totalmente) contemplando el panorama, nos pintemos las uñas de colores o le dediquemos algún que otro rato a los trapos, no significa que nuestra existencia sea banal, simplemente necesitamos de esos ratos fáciles y relajantes, planos por así decirlos, para poder afrontar otros difíciles, cuesta arriba.